En estos dos meses que llevamos ya con el máster
de Abogacía, hemos estado viendo cómo crear nuestro propio despacho, y cuáles
son las formas posibles que se pueden adoptar. Así se nos han explicado las dos
formas organización que encabezan este post: el despacho personalista o de autor
y el despacho institucional.
La primera pregunta que nos hicieron fue
si queremos que nuestra firma perdure en el tiempo cuando nosotros ya no
estemos. Se nos puso como ejemplo de institucionalización el despacho de
Garrigues, que empezó como el despacho familiar de dos hermanos, y ha terminado
siendo una gran institución que va a pervivir tras la reciente marcha del único
socio fundador que quedaba. Se nos vendió la institucionalización como lo más
de lo más, lo que se lleva en EE.UU, y lo que da más prestigio. Y lo cierto es que muchos estudiantes de Derecho cuando empiezan la carrera sueñan con acabar
siendo contratados por alguno de los grandes despachos y poder llegar a ser
socios en ellos.
Pero la realidad es que cuando te informas
más sobre el tema, sobre la forma de organización interna, los famosos planes
de carrera de los empleados o las remuneraciones; y comparas todo ello con el
funcionamiento del pequeño despacho personalista te das cuenta de que no es
todo tan bonito como parece.
Se tarda entre 10 y 15 años en poder llegar
a ser socio de un gran Despacho institucional -mientras los cuales has tenido
que trabajar muchísimas horas, siendo constantemente evaluada tu rentabilidad-
y, según he leído recientemente en un artículo del Expansión, sólo un 51% de
los socios a los que se les pregunta si su intención es jubilarse en la firma
responden que sí. El otro 49% cree
que no se retirará en ese mismo bufete o no lo tiene claro y ello porque los socios ya no tienen una
sensación de pertenencia a la firma, sino que es más bien una relación
contractual porque se les valora sólo por su rendimiento individual en el
negocio; surgiendo las tensiones cuando unos socios ya no tienen la energía
para trabajar 24 horas los 7 días de la semana, y es entonces cuando les piden que dejen paso
a los que llegan desde abajo.
Siendo la Abogacía una profesión tan dura, en cuanto al volumen de trabajo y de horas dedicadas, ¿de verdad compensa económicamente y por prestigio estar en un gran despacho institucional? ¿O es mejor ejercer la profesión libremente en un despacho personalista?
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